Dieggo.

¿Qué quién soy? Me he preguntado eso por mucho tiempo, tal vez por eso me rompí la cabeza ideando una entrada ingeniosa o un juego de palabras para mí presentación. ¿Qué tonto verdad? Pero bueno, ni modo.

Quise empezar contando un chiste o alguna anécdota graciosa; como cuando niño: me comí un sapo confundiéndolo con un aguacate. Pero eso no fue gracioso; es más, fue desagradable y es mentira.

Mí nombre es dieggo, soy un "ningún" o quizá un "ni más ni menos". El hecho es que no me considero trascendental. Creo que todos son importantes para algo, pero yo no; estoy libre de esa presión.

Sí, soy escritor; pero por que la vida me obligó, mi parco talento se asemeja a una semilla que cayó donde no debía. No me mal entiendan, amo escribir, por eso anhelo de manera insana vivir en la nube de la que nunca debí caer.

Pero ya está, “muerto por mil, muerto por diez mil”. Vivo para escribir y mis letras buscan dar voz a quienes no la tienen. Por eso me convertí en periodista; labor que poco conjuga con ser escritor. Aunque ya egresé, no me arrepiento.

Acerca de lo que leo; pues no leo de todo. Alguien me dijo alguna vez “la vida es muy corta para leer basura”, desde ese día, nunca más le di alguno de mis cuentos a esa persona. Sí, lo acepto, escribo basura; pero es mí basura, al puro estilo de Cervantes, "mis hijos feos".

Me gusta escribir, dibujar, bailar, tocar guitarra, leer, pensar, estar solo, hacer el amor y todo eso lo hago mal, excepto lo de hacer el amor. Me gustan los perros, pero no los de raza. Creo que son tácitos y pomposos. Es decir, aburridos.Me gustan los perros callejeros, aquellos que siempre andan en jaurías salvajes. Donde puedes encontrar al perro cojo, al que tiene un oreja mordisqueada, al grandote y al de la cola chistosa. Son simples, tal cual como les tocó vivir, así soy "yop" y no espero agradar a nadie, aunque siempre termino haciéndolo.



Es más, soy mal hablado, borracho y bohemio, no fumo por que ya me jodí un pulmón, no miento, por que soy malo para mentir; creo que soy normal, o bueno casi. Lo que quiero es ser el último decapitado, el rey de los batracios; busco reabrir el Rincón de los Justos, navegar por el Guayas y toparme al Guasinton, robarle la novia a Ivanhoe, hacerme el ciego, creerme un escribidor, volar con el guaraguau, y no dejarme matar a puntapiés por algún loco del perfume.

No, no sé quien soy; pero voy a escribir de algún personaje que si sepa.

-.-.-.-

Tu vida parece una novela; donde quieres hacer el papel de niña buena… Ya estoy cansado que me hagas daño y no pueda detenerte, una mirada tuya vasta para que no pueda reponerme…
(Una salsa de no sé quién)

Las sombras conjugan perfectamente con las luces de color verde y amarillo. El humo de los tabacos deja entrever el vaho del aliento de cuerpos sin rostro que símiles a maniquíes encuentran refugio en alguna pared o esquina del "Rincón de los Batracios". Pronto; el hombre de la música, encandila el lugar con algún himno de bohemia, lujuria, traición o cualquier emoción vulgar. Los inertes cuerpos dejan las fumarolas, sueltan los vasos y buscan al otro sexo para descargar gritos de emociones en movimientos latino-simétricos.

Yo, al igual que todos me desprendo de una esquina, y camino por la pequeña pista esperando encontrar pareja. Y de pronto; delante de mí se encuentra la mujer que la noche me brinda. Una trigueña atrapada entre telas y modismo de sensualidad. Le mostré mí mano y ella no dudó en aceptar, ya dispuestos sin más discursos ni etiquetas, hice gala de `costeño´.

Mis brazos atraparon la insinuante cintura de la morena; su cuerpo indomable pedía a gritos un par de giros y con un moviendo extraño de brazos hice que pierda el sentido. Pero esta vez atrapé su cuello y lo predispuse para que su rostro muestre esos entre dibujados labios. Ella extasiada por la música, parecía entregar el alma en un beso, lastima, solo era parte de un hábil movimiento de baile.

Ya, profundamente erotizado por sus feromonas impregnadas en el aíre, estaba dispuesto a preguntarle por su vida, pero el señor de la música, decidió que ya era tiempo que los cuerpos vuelvan al anonimato. Cortó súbitamente el flujo de vida, de salsa y los cuerpos se volvieron nada, llenando nuevamente el pequeño universo de humo y cerveza y destrozando mí anhelo de tener una vida normal.

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