Alguna parte de Cuentos del viento

En algún desolado páramo de un mundo destruido …

“¿Porqué demora tanto Matías en traer el café…?”, preguntó Auro, sin apartar la mirada de los naipes. “… Será que no encontró el azúcar”, interrumpió entre el silencio, el Padre Gonzalo que estaba en su delante, “calla padre, mejor vota una vieja; quiero ganar esta mesa…”, increpó el Sargento. “¡no voy a tirar nada hasta que Matías traiga café con azúcar!”, respondió el Padre Gonzalo.
“Con esta de seguro te caigo Matías”, se repetía Auro para sus adentros, lo hacía como quién intenta pensar en otra cosa, huyendo de aquello que nadie quiere mencionar pero que todos sospechan. “Ya demoró más de cuarto de hora”, dijo Auro, interrumpiendo nuevamente el silencio entre los viejos amigos. Fue ahí, cuando el viento o quizá una extraña fuerza abrió de golpe la endeble puerta de la cabaña.
A unos pasos del lugar yacían cuatro tasas en el suelo, el lodo que causó el café al mezclarse con la tierra todavía humeaba. Los tres amigos miraron con temor las tasas en el suelo. El Sargento junto al Padre Gonzalo fueron hacia el lugar; la sangre se les heló cuando vieron a la distancia entre el páramo, como Matías iba montado en un burro junto con la Muerte.
“¡Muévete Auro, tráeme mi escopeta¡”, gritó el Sargento; Auro, quien miraba todo desde la cabaña, buscó tras un viejo anaquel y sacó el arma, corrió a entregársela al Sargento quien le gritaba a la Muerte, “¡maldiitaa, no te lleves a mi hermano!”. El Sargento empuñó el arma, disparó intentando herir a la Muerte o a su burro, pero ningún tiro acertó, intentó correr para alcanzarlos pero la Muerte y su hermano, montados en el burro se perdieron entre el horizonte.
…alguien moría
dieggo

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Un grupo literario, casi nuevo, del Ecuador.