Violeta

Liseth Correa



Cerró la puerta de su oficina, salió apresurada del edificio. Entró al garaje y prendió su vitara azul. En el transcurso a casa pensaba en su vida personal, se veía a sí misma tan vacía, llena de logros profesionales que no alcanzaban a cubrir aquel pozo infinito de humanidad, su parte emocional.

Nathalia había sido derrotada en una contienda matrimonial, acababa de divorciarse, pensando en esa pena tan grande; pasó a recordar las imágenes grises de su ambiente laboral, dentro de “Architech’s House” una empresa británica especializada en diseño arquitectónico. Su sueldo era bastante alto y recibía viáticos generosos por los viajes dentro y fuera del país, a pesar de esto, los ingleses tenían un comportamiento bastante ordenado, dirigido por su alto grado disciplinario, muy educados, pero lo suficientemente fríos en el trato con sus empleados.

Ese día uno de los colegas se había acercado con una pecera y la había situado cerca de la computadora portátil de Nathalia. – Es un regalo- dijo sonriendo. Tal vez ese hecho reconfortaba en algo la pesadez que Nathalia sentía. Mientras manejaba recordó que al acercarse curiosamente al obsequio vio dentro de la pecera un animal muy exótico. Un pez con dos ojos enormes que también la miraban. Llegó a su casa con esas vagas ideas y tras comer algo breve se recostó en la cama a descansar. La noche parecía devorar las horas con hambre insaciable y el día regresaba iluminando con fuerza el rostro de Nathalia. Una vez levantada hacía lo que cualquier persona hace, bañarse, desayunar, tender la cama, guardar los maquillajes en su bolso y salir.

De nuevo la rutina trivial sin motivos fundamentales parar existir, desde hace tiempo que Nathalia reflejaba en su cara la melancolía de sueños que se había fijado y que con el pasar de los años habían recorrido senderos distintos.

Dentro de la oficina nuevamente, colgó sus pertenencias y de inmediato abrió la agenda para revisar asuntos pendientes. Al colocar su esfero en el escritorio, el agua de la pecera se agitó. ¡Por poco había olvidado que tenía un pez que cuidar! Ahí estaban otra vez esos grandes ojos negros observándola, recordó que su compañero también le había regalado una bolsa con alimento para el animal. Colocó un poco de balanceado que parecía migajas de colores en la pecera. Siguió con sus obligaciones, tenía varios planos que diseñar y una reunión a la que asistir.

Al salir de su oficina descubrió que sin importar donde se encontrase los ojos del pez la perseguían como si jugara con la mirada de La Gioconda. Tomó un poco más de aquellas migajas para dárselas a su nueva mascota, apagó las luces y se marchó.
Al día siguiente recordó primero que alguien esperaba ser alimentado y mientras Nathalia complacía al pez, lo observaba con paciencia, extasiada; éste tenía un color negro entremezclado con un celaje violeta. Dos bigotes largos se bamboleaban como en cámara lenta dentro del agua, sus escamas brillaban similares a la escarcha y se movían sutilmente.
Sin razón lógica Nathalia sintió el impulso curioso de meter su dedo índice dentro de la pecera, con temor al principio el pez se asustó y buscó el rincón contrario.

En la oficina era realmente una tarea inútil intentar entablar una conversación agradable, todos medían sus palabras o tal vez su tiempo y la cantidad abundante de personal solo era la prolongación de máquinas que ahondaba un paisaje gris, solitario.

Nathalia empezó a conversar con el pez aunque la mayor parte del tiempo lo hacía tan solo por medio de sus pensamientos. Definitivamente la entendía de un modo tan especial, no importaba lo pequeño que era, significaba compañía sincera. En otra ocasión regresó el deseo de introducir su índice en la pecera, al principio el pez se aisló tensionado, pero con disimulado entusiasmo se fue acercando, el pez nadaba alrededor de su dedo en cortos círculos con rapidez. Resultaba increíble lo que el pequeño animal hacía, Nathalia desconcertada retiró su mano. El acontecimiento se dio reiteradamente, el pez jugaba con ella, la primera ocasión pareció una simple reacción sin sentido, pero no era una boba coincidencia.





Cierta mañana Nathalia encontró en el pasillo al colega que le había obsequiado el pez, encantada le contó acerca del animal, su compañero mantuvo una actitud un tanto incrédula, entonces desafiante lo invitó a su oficina para que observara al pez. Como usualmente lo hacía, Nathalia metió su dedo y con graciosa prontitud, el pez bordeaba el mismo, era una especie de juego que terminó por llamar la atención de varios colegas de planta, dos de ellos se atrevieron a colocar sus dedos, sin embargo con ninguno se animó a realizar su cautivadora danza.

Antes de partir a los viajes habituales, Nathalia se llevaba consigo la pecera, la subía a su vitara azul y manejaba tan lento como podía en el carril derecho, los autos la rebasaban, pero nada era más importante que encargar a “Bigotes” en casa de su madre, durante su ausencia.

En vacaciones Nathalia y Bigotes se olvidaban de la oficina y su agobiante entorno, todos miraban como en un acto estrafalario, ambos se iban. Ella cargándolo en su pequeña pecera y el pez moviéndose al ritmo de su caminar.

Una mañana mientras colgaba su bolso marrón y prendía el computador, observó que el pez no nadaba como de costumbre, estaba estático, se hallaba suspendido en un mismo lugar, a penas movía su boca. Algo le sucedía, tenía movimientos demasiado lentos. Nathalia asustada introdujo su índice en el agua, los reflejos del animal se apagaban tenuemente, al parecer no había percibido siquiera que ella estaba allí. Tras una breve vacilación, Bigotes danzó alrededor de su dedo, Nathalia observó que su celaje violeta había aumentado, ya no era el color negro preponderante en su pequeño cuerpo, cuando desconcertada retiró su mano, el pequeño ser se elevó hasta el límite del agua, flotaba inmóvil, yacía recostado en lo que había sido su casa, su mundo. Lágrimas brotaban con desenfreno de los ojos de Nathalia, -¿está muerto?- Se preguntaba, tenía la rara sensación de que el pez iba a retomar su natural estado en cualquier momento, pero esperar quince minutos fueron la sentencia de una muerte tan sutil como la vida de aquel ser que podía ser insignificante.

Nathalia reflexionaba acerca de Bigotes -¿su existir fue indispensable o importante?- había compartido dos años con aquel animalito y mientras más pensaba en lo que significa vivir, sentía que corría el peligro de reducir el valor de la existencia, sin importar la forma en que ésta se manifiesta. Nathalia no podía responder sus propios cuestionamientos instigantes.
El día venidero iluminó su rostro muy fuerte, miró por la ventana el amanecer, los reflejos de sol eximían al polvo su valor desagradable para convertirlo en luces centellantes que flotaban alrededor. Sabía que ese día sería uno más, simple pero irrepetible, así que apreciaría cada detalle.







0 comentarios:

Publicar un comentario

¿Qué es NienPintura?


Un grupo literario, casi nuevo, del Ecuador.