Diana Herrera, mi escritor favorito es Oscar Wilde






No se necesita ser un gran escritor, para saber que él es grande. Si me preguntan quién es al que evoco y al que admiro, su nombre: Oscar Wilde.



Del 16 de octubre de 1854, nace el genio de la paradoja. En resumen, su vida, su trayectoria y filosofía han sido satanizadas, satirizadas, pero sobre todo admiradas. Con su genialidad para abarcar sinnúmero de temas de la vida y moral victoriana, llevado por sus bien enmarcados criterios, Oscar nos dejó un legado para la literatura universal. Es considerado uno de los más destacados dramaturgos, poetas y escritores del Londres victoriano tardío.




Una celebridad puntillosa e ingeniosa que desató escándalos y críticas a lo largo de su vida. Su escondida y luego alborotada vida homosexual, su condena por “actos indecentes” y su abandonó del Reino Unido en dirección a Francia, son solo expuestos para desatar la gran capacidad de este genio para ser reconocido a pesar de los prejuicios. Bueno o malo, homosexual o heterosexual, ¿no es acaso, su gran genialidad la que me induce a este escritor? Si, es mi respuesta, pero no voy a referirme a la tragedia en que desembocó la vida de Oscar, sino a su favorita forma de expresión teórica: la paradoja.Aunque no fue un teorizador sistemático, Wilde tenía ideas definidas sobre el arte y la vida, las cuales exponía tanto en sus artículos y conferencias como en sus propias obras de ficción, inclusive en sus conversaciones. Según sus biógrafos, las conversaciones de Wilde estaban pobladas de frases ingeniosas, de pensamientos brillantes y expresiones llamativas. Algunos autores han señalado que muchas de estas ingeniosidades eran tomadas por Wilde de otras bocas. Sea como fuere, sus frases eran dichas con un matiz de originalidad y encanto que los años no han podido borrar al leerlas hoy sobre el papel.



Aunque gustaba de provocar y burlarse, Wilde no fue un simple parlanchín. De hecho, a pesar de no ser un pensador sistemático, sus ideas estéticas las mantuvo siempre (aunque, claro, evolutivamente), hasta el punto de que las llevó al plano de su visión de la vida, haciendo incluso de estos dos elementos una sola cosa, uniéndolos en su experiencia vital hasta confundirlos y enfrentar luego terribles consecuencias que le acarreó su conjunción. Se ha identificado a Wilde en los cuatro principales personajes de su novela (única novela), El retrato de Dorian Grey, o sea, en Dorian (lo que Wilde hubiera querido ser), en lord Henry (tal como era él), en Basilio Hallward (su adoración por la belleza) y en Sibilia Vane (el amor por el arte). El prólogo de esta misma obra está hecho a base de ideas que Wilde expresa en pequeños párrafos en que dice mucho sobre el arte y la moral, la vida y la belleza, siempre paradójicamente.

A pesar de haber sido y seguir siendo tan admirado, su pensamiento no es tomado como pauta teórica por el mismo carácter paradójico de las frases que lo encierran, por la intransigencia sorda que le da apoyo y la ciega pasión estética que lo estremece. Repito que la paradoja es una verdad con carácter de mentira. Las obras de Wilde la contienen en abundancia. Con ella, el escritor de Dublín logró atraer la atención de todos. Usó tanto de la misma para sorprender y conquistar que su propia vida tiene carácter de paradoja.

Sólo que fue un hombre que logró hacerse escuchar, imitar y envidiar, y a la vez, un triste ser que fue despreciado e ignorado hasta el punto de comprender él mismo que lo más heroico era morir. Pero, como el propio Wilde expresó, “no hay que echar nada en cara a los que han sido víctimas del destino”. Murió desafortunadamente (desafortunadamente porque hubiese querido conocerlo) el 30 de noviembre de 1990 en París, según dicen convirtiéndose al catolicismo.

Y las lágrimas colmarán por él,
La amplia urna de la piedad,
Pues sus plañideras serán los proscritos,
Y los proscritos siempre lloran.
(Balada de la cárcel de Reading)

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