Antebellum


Kenny Oñate



A Damián-man y su baby-boom



Lluvia. Trozos de noche. Un tacón apresurado rompe el agua que se encharca sobre los adoquines. Para mañana juega el loto. Lo siguiente que pasa sobre el charco son los converse mojados de una chica que va con su novio. Le sigue mi pisada torpe salpicándole agua. Chupetes a diez centavos.


-¡Pero sin estilar!


-¡Lo Siento! –me dan ganas como de gritar, de irme corriendo con esa pareja tranquila y dejar atrás el desesperado andar de mi amigo.


Junto a mi pisada viene la de Daniel. Noche. Luces de neón. Ruidos de gente corriendo. Taxis aparcándose. Taxis arrancando.


Abandono. Perros famélicos escarbando la basura. Pestilencia humana en un rincón donde a nadie le importó seguir amontonándola. Pestilencia a mierda. Sinsentido. Destierro, sobretodo el mío.


-Vamos muy tarde, ¿para qué quieres entrar al supermercado?


-Para comprar unos chicles.

-¿Unos chicles?

-Sí, son muy buenos. A la flaca le encantan y hace mucho que no prueba.


Puertas de vidrio. Gente sin paraguas. Gente atascada en la puerta. Gente que entra al supermercado y deja el paraguas mojado en una cesta a la entrada. No tiene caso.

-¡Muévete si! Recién se me pasó la gripe. Pobre de vos que me de otra vez.

-¡Aguanta! ¿No dijiste que tu papá nos espera a la entrada del conjunto con el carro? Así no te mojas tanto. Tú tranqui.

Ruido de coches sobre piso encerado. Bip bip de caja registradora. Un niño derrama un cartón de leche. Luces fluorescentes. Cielo raso. Vidrios. Espejos.


-Aguanta hijueputa! Cállate conchetumadre, cállate porque ahorita mismo te meto plomo!

Encapuchados que entran con pistolas. Guardia de seguridad amenazado por una de las armas. En el sitio hay como veinte personas entre niños y adultos. Cada cajero está siendo amenazado por una bala. Gente que corre. Gente que grita. Disparo en la columna a un hombre que intentó salir corriendo. Su cuerpo gira en el torniquete de entrada.


Daniel se tira al suelo junto a mí, cerca a un congelador. Me queda viendo con esa cara de tengo veintiséis años y acabo de empezar a trabajar, me queda demasiado por vivir, por favor ayúdame a no morir. Llevo días despertándome pidiendo tan solo un día salir al mundo sin sentirme abusado o violentado, utilizado, agredido o desintegrado, desearía tan solo un día ya no despertar. Mi papá me espera con el carro a la entrada del conjunto, a Daniel lo espera la flaca en las escaleras de su bloque con un paraguas y un hijo en la barriga. ¿Por qué no me fui con la chica y su novio? Porque debo estar aquí para que vivas, para convertirme en tu redentor. Ayúdame, dice Daniel con todo el humano desespero que puede existir en los ojos de un hombre, independientemente de que sea puro, franco u honesto, de que sea un asesino o un estafador; es simple vulnerabilidad. Lo último que la flaca le dijo a Daniel fue un recordatorio de que en dos semanas le tocaba ir a sacar la licencia, para que ya no anduviera en bus con tanto aguacero. Desearía significar algo, desearía por lo menos estar jodido o acabado, desearía ser un desgraciado. Daniel debe vivir como sea.


Transacción. Disparos en direcciones aleatorios. Disparos hacia el cielo raso, porque había que dejarnos sin vida. Vidrios que caen, vidrios que se llenan de sangre. Murieron por lo menos doce personas. Daniel se levanta ensangrentado, la sangre es ajena; pertenece a una madre y su niño de dos años que yacen muertos junto a él.


Niños y adultos muertos, no importó al final qué edad tuvieran, sino que estaban muertos. Que no nos escucharon a nosotros, los que quedamos vivos; llamarlos gritando desde la profundidad y soledad de su muerte. Tenían que ser ellos quienes murieran, convertirse en víctimas para redimirnos a los que quedamos. Nacieron para morir hoy, el niño nació hace dos años y la mujer hace más de treinta tal vez, ¿y en ese momento ya nacieron para ser estas víctimas, para que nosotros viviéramos? Nosotros, los que quedamos vivos también nacimos para morir, en condiciones no menos patéticas, pero tal vez menos dramáticas que éstas.


¿Por qué se murieron ellos? ¿Porqué expiar nuestras culpas? ¿Porqué salvarme a mí?

Daniel debía vivir, eso lo entiendo. Pero yo ¿para qué? Se supone que ahora la vida signifique algo. Devastación. Afuera los charcos de agua se mezclan con los charcos de sangre. La lluvia se ha llevado la basura. Y esta ciudad jamás será la misma sin sus perros famélicos. Y esta ciudad jamás será la misma sin su olor a pestilencia humana. Y este destierro jamás se sentirá igual.



Los textos en cursivas son de la películas The virgin Suicides de Sofia Coppola y L’Immortel de Enki Bilal.

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