Su primer amor le llegó a los ocho años. En el colegio, se enamoró del profesor de lengua española. Humberto Álvarez del Castillo. Se dio cuenta el día que le dijo que su letra era hermosa, y que era la mejor de la clase. Era maravilloso cuando enseñaba a conjugar verbos, y la hescritora escribía, yo amo, tú amas, el ama, nosotros amamos, y suspiraba de amor, y para sus adentros, la hescritora repetía, yo te amo, tú me amas, y mirando a todo el mundo, con orgullo, gritaba en silencio, él me ama, sí, él me ama. Y su amor por el profesor era tan evidente que sus compañeras de clase se dieron cuenta y se reían de ella, pero entonces la futura escritora le amaba más. Por aquella época, cada vez que tomaba sopa de letras, en la cuchara siempre aparecía la palabra amor, y notaba como crecía dentro de su estómago. Y nunca mejor dicho que sentía el amor hasta en la sopa. La H de Humberto, que letra tan hermosa. Sin darse cuenta la hescritora empezó a escribir la h donde no debía: Hel himperio Romano hempezó su decadencia con la hera cristiana; los Halpes habarcaban parte del territorio heuropeo; la haceleración de los hobjetos hestá relacionada con la gravedad. Y le costó más de una bofetada: suspendió en casi todas las materias por sus faltas de ortografía. Pero la escritora estaba exultante por haber aprobado, la asignautra más importante del mundo: la del amor que sentía por él. Viva la letra H. Toda su libreta hestaba hinvadida de corazones y de letras h, y cuando le entregaba sus hejercicios y sus manos se rozaban, la hescritora sentía sentía hunos hescalofríos que recorrían todo su cuerpo, y cuando hacababan las clases, hella le seguía, y que bien caminaba. Hasta que hun día el profesor hanunció a sus alumnos que se iba a casar. La hescritora, al escuchar sus palabras, se levantó a media clase y vomitó mientras salía corriendo del colegio. Deambuló por las calles hasta la noche, con los ojos inundados de dolor, de lágrimas rabiosas, y suerte de la abuela, que la consoló con todo su cariño. Y también con algo nuevo que se inventó: una pastilla invisible, qué, según le dijo, aliviaba la tristeza. La hescritora se la tomó y realmente se sintió mucho mejor. La abuela le aconsejó que siempre que estuviera triste se la tomara. También la obligó a sentarse frente a un papel y a escribir una enorme letra P:
P
-Siempre que quieras desahogarte, imagina que estás frente a la letra P, y golpea su barriga con todas las fuerzas hasta que logres descargar tu ira.
Cuca Canals, La hescritora, España, Plaza y Janes, pp. 41-42.
0 comentarios:
Publicar un comentario