Lola se levantó de la mesa para ir al baño, su prima aguardaba, pasó por el corredor, cuando irreflexivamente su boca se secó, los segundos aparentaban prolongarse. El también la miró y de igual modo sintió que sus piernas se congelaban. Tantos años habían transcurrido sin verse, ahí estaba Lolita con su pañuelo verde como sus ojos esmeraldas que ni siquiera con la edad perdían fascinación, allí se hallaba Quique envuelto en su elegancia irreparable. ¡Qué felices hubieran podido ser si el destino hubiese congeniado con los sentimientos empáticamente! Quique tuvo que responder con obligaciones que los preceptos de Lolita no podían entender. “Quizá fue mejor así” era un consuelo razonable que aliviaba la pesadez afectiva. Lolita nunca quiso tanto a nadie como lo quiso a él, a pesar del corto tiempo que lo trató y del transcurso de toda una vida para olvidar. Quique tuvo una familia que llenó en gran parte su mundo, pero en ocasiones cuando nadie lo observaba, extraía de un libro polvoriento una foto de aquella muchachita que algún día colmó su ser con afables ilusiones.
Tras la perplejidad de tal impacto, borraron la intensa vacilación con un saludo lejano, cortés, frío, simplemente diplomático. Quique salió por la puerta del garaje un tanto confundido, dudó antes de entrar a su auto, tenía ansias por verla otra vez, sin embargo, arrancó el vehículo en medio de un ambiente extraño que confundía la realidad y los sueños. Lolita trató de relajarse en el tocador, sus ojos se inundaron de lágrimas que no fueron capaces de brotar, respiró hasta recuperar tranquilidad; salió para reunirse con su prima en el salón, sonrió levemente, había sido estupendo ver a Quique al menos por un momento que guardaría siempre.
0 comentarios:
Publicar un comentario