Sobre las cobijas se nombran subversivos poéticos a tu piel…
Las coplas se embadurnan de recuerdos póstumos.
Íngrimo de la desidia tu faz… se reconoce la muerte…
No puedo mirar lo ridículo de la creación
Y río al intentar darte un soplo de vida…
Te miro aun absorto, porque ya no estás entre ánimas,
Ni eres tú mi natural consorte…
Tus labios amoratados se duermen...
El silencio rechina en tus huesos laxos…
Acaricio tu pecho, tu cintura, tu brazo caído en la esquina…
Beso tu boca, tus senos impenetrables, tu vacilación…
Intuyo a la lengua lugares por donde perdió sangre…
Beso tu vientre pútrido, por donde nacerá el Sepulcro…
Restablezco de la nada en las ruinas…
Me pierdo en los laberintos de tu risa…
Imprudentemente recorro tu pubis,
Retrato en mi mente el desenfreno…
Regreso a tus viles rostros disfrazados,
Y tus ojos angélicos me miran…
Sólo me queda cerrarlos en homenaje a su telón…
Lloro luego de tenerte para siempre mía,
Pues no pude contener el deseo…
No pude detener el tren que fragua la existencia,
Rompiendo los ramos de exquisita expiración,
Enamorando inefablemente a tu muerte…
Un mar de ideas afloran corrupto a los designios de mi locura…
Me permití perder en la noche ida tu corazón…
Pero dejo mi simiente en tu inerte cuerpo…
Algún día mi heredera de amores,
Cuando incinerada del sol te pierdas,
Que de tu vientre renacerá la descomposición…
Y de ella, mortales de miasma…
Una rosa banal de invierno crecerá…
Una rosa que lamentará ser de muerta…
Así algún día mi amada de mil adioses…
Volverás a la tierra envuelta en belleza…
Con amor a tu final… ¡Adiós!
David Acosta.
0 comentarios:
Publicar un comentario